Contemplé los diminutos copos apelmazarse junto al cristal de la ventana. Habían pasado tantos años pero aún recordaba hasta el más mínimo detalle. Aquel 14 de febrero, el frío que me rodeaba, el manto nocturno que me cubría, la espera junto a la parada del bus. La temperatura bajó tanto que empecé a no sentir mis dedos a pesar de llevar guantes. Entré a una cafetería cercana, el calor me recibió de forma maternal y al acercarme al mostrador lo vi. Un sobrecogimiento, un suspiro, una palpitación. Alzó sus almendrados ojos y me miró. Durante un eterno segundo nuestras miradas se entrecruzaron. Por mi mente pasó la pregunta «¿Podría suceder en San Valentín?».