Entré en la casa. Nadie había ido desde aquella fatídica noche. La luz irradiaba el salón donde solías sentarte a leer acompañada, como siempre decías, del aroma de tus flores.
En aquel momento recordé que nadie se había ocupado de ellas. Pero , tras observarlas, me percaté de que parecían recién cortadas. Ninguna se había secado y el aroma que impregnaba la sala esperaba a que volvieras de nuevo.
Las junté todas y formé un gran ramo. Las coloqué en un jarrón encima de tu tumba. Tiempo después seguían allí, igual de frescas, como si el tiempo no hubiera pasado por ellas. Continuaban regalándote su aroma, mientras tú les susurrabas tus lecturas.