La verdadera memoria histórica

Aún recuerdo el revuelo que se formó en este país con la famosa Ley 52/2007 de 26 de diciembre, la llamada Ley de la memoria histórica. Fue fácil ponerse al lado de las víctimas y sus familiares, especialmente en lo referido a la identificación y localización de los cadáveres. Aquellos de uno y otro bando o sin bando que perdieron la vida por unos ideales, por sus creencias o en demasiados casos por estar en el sitio y el momento equivocados, aquellos que tienen sus restos esparcidos por todo el territorio español. Fue difícil e insultante el uso político y partidista que se hizo del tema: unos removiendo lodos que están secos en la sociedad; otros sacando al dóberman a pasear cuando en nuestro país los perros ahora son de compañía.

Hoy me pregunto qué pensaría cualquiera de aquellos cadáveres si por un instante recuperara la vida y se diera un paseo por pueblos y ciudades, si le echara un vistazo a los periódicos: el robo indiscriminado desde todos los ámbitos posibles, la multiplicación de administraciones y puestos suculentos, la sociedad triste y empobrecida en demasiados sentidos… Probablemente esa víctima se volvería allá dónde descansan sus restos de vida sesgada, enrabietado a más no poder y preguntándose si mereció la pena acortar sus días para llegar a este esperpento de país. Quizás regresara por dónde vino jurando en arameo, con toda la razón por supuesto.

La verdadera memoria histórica debe servirnos para recordar a aquellos muertos y lo que ocurrió, teniendo presente que la Historia es pendular, vuelve y se repite. Eso implica que, en las actuales circunstancias, estamos adelantando la instauración de un sistema totalitario ya sea de izquierdas, de derechas o el de un descerebrado populista. Tal vez, y solo tal vez, en un tiempo haya huesos más recientes en mitad del campo o en las cunetas de las carreteras. Con el correr de los años tal vez, y solo tal vez, haya que actualizar aquella Ley de la memoria histórica de 2007 para otras víctimas y nuevos daños. Supongo, tan solo supongo, que somos todos conscientes de lo que nos jugamos en el envite así como de las posibilidades de retrasar la hecatombe a poco que seamos capaces de enderezar el rumbo. Lo cierto es que parecemos empreñados en no hacerlo.