Bebió un trago de agua, largo, tan largo como un día nublado. Estaba sentado en el borde de la cama con los pies descalzos, en la mesilla de noche descansaba una flor, también un ejemplar de Borges, un lápiz sobresalía de entre las páginas, lo abrió y leyó “El suicida”. El libro se lo había regalado Rebeca, la dedicatoria “te querré siempre” decoraba tímidamente la portadilla. La flor la había cortado la noche anterior del rosal del parque donde rompió con ella. Cerró bruscamente el libro, se lo puso debajo del brazo izquierdo, cogió la flor, la machacó con su diestra y la tiró con indolencia al suelo, después de pisotearla continuó su marcha musitando: “…lego la nada a nadie…”