Entre zarandajas, dimes y diretes, “Y tú más” y otras lindezas los hijos y Papá pierden muchos de sus tiempos. Hoy toca arrimar el ascua a mi sardina, más no hay atisbo de buscar excusa alguna para los numerosos errores cometidos. Es por ello que debo decir y digo lo que sigue:
PRIMERO: Nadie en enseñó a ser padre. Por más ejemplos que me diera el mío (q.e.p.d.). Eran otros tiempos, otra generación, otra vida muy distinta a la de hoy.
SEGUNDO: Los hijos manejan el derecho a exigirlo todo y le pegan un quite de maestro a las obligaciones. Los papás enarbolamos el derecho a educarlo todo para cumplir con la obligación de construir los mejores caminos de futuro.
TERCERO: Ambas partes enfrentadas, siempre suele haber conflicto, favorecen las distancias abismales que alimentan la incomprensión, sin entender que hijos y papás llevan su parte de razón.
CUARTO: Solo el paso de los años, las vivencias y perspectivas más normales, acercan a los hijos y a papá, cuando derechos y obligaciones y razones van dejando paso al sentimiento. Lamentablemente en demasiados casos las distancias son irrecuperables.
QUINTO: Nunca hay flores para papá y rara vez se reconocen abiertamente los méritos de hacerlo todo por los hijos, las noches sin dormir, la fijación de buscar lo mejor para ellos y cuando crecen, siempre pesa como una losa el “Donde estará”.
Asumidos los innumerables errores, hijos que leéis esto, quizás sería suficiente si de vez en cuando para papá hubiera un beso, una sonrisa, un abrazo o un “Tampoco eres tan mal padre”. A mí me pasa a veces y entonces soy feliz.