Nací en Cáceres pero hace más de veinte años que vivo fuera, en mi exilio sevillano. Sin embargo, regreso con frecuencia y allí siento la llamada de la parte antigua que tanto viví en la niñez y en la juventud.Nome puedo resistir, acabo dándome un paseo por las nubes y las piedras. Debo aclarar que mis nubes son las preocupaciones que perturban la paz de mi espíritu. Las tengo personales: la familia y los amigos, las tristeza por los que ya no están y tanto quise, el trabajo, la estabilidad económica… También vuelan sobre mi cabeza negros y tremendos nubarrones: el hambre del Tercer Mundo, las corrupciones, los terrorismos, la civilización del consumo…
En mi recorrido por las nubes y las piedras suele acompañarme la melancolía, aderezada con la belleza de los lugares en los que tanto tiempo pasé: en la Plaza de las Veletas estaba la casa de mis abuelos, a menudo iba de pequeño a la Iglesia de SanMateo, horas y horas de juventud en la Plaza de San Jorge y en el Jardín de Cristina Ulloa… Es la añoranza de losmomentos vividos la que hace que mi piel se pegue a la piedra deseando no salir jamás de esos rincones, ni separarme nunca de esos muros.
Disfrutando de la dosis de recuerdos y pensamientos, salgo ami pesar de la parte antigua. Choco de lleno con otro Cáceres que casi no conozco. Las personas, las calles, las sensaciones son distintas. Es evidente que le he perdido el pulso a esta ciudad, otrora ejemplo de convivencia y vida cultural cuando yo aún vivía en ella. Respecto a la convivencia, siempre menciono que es la única ciudad que he visitado en la que todas las «tribus callejeras» se toleraban juntas, en la Plaza Mayor, a la hora de la diversión; normales, pijos, rockers, heavies, punkis y tantos otros, sin apenas incidentes.
Sobre la vida cultural de los años ochenta, era de una riqueza singular y se sucedían los ciclos y espectáculos; cine, música, teatro, exposiciones en tal calidad y número que ponían en riesgo mis obligaciones de estudiante. Espero algún día poder recuperar ese pulso a la ciudad porque soy consciente de que sigue siendo un lugar perfecto y tranquilo para vivir; además, la rica actividad cultural prosigue yme estoy perdiendo demasiadas cosas buenas que están ocurriendo en la capital.
La urbe ha crecido brutalmente de tamaño y mejorado en muchos aspectos, pero mi mayor preocupación es cómo responderán mi tierra y mi gente a los retos que actualmente nos plantea el siglo XXI: la coexistencia de ideas, razas y religiones no será fácil porque nunca lo fue. Esta tristemente famosa crisis económica generalizada en el ámbito fundamentalmente de
los servicios puede ser muy cruel. El trabajo por hacer en la «res publica» es arduo. Una corrección sana del consumismo frenético e irracional debería emprenderse inmediatamente. La solidaridad con propios y ajenos habrá de convertirse en un principio inalienable. Sopesar con serenidad la revitalización de la familia pues comonúcleo de convivencia y formación se ha demostrado imprescindible, aunque haya demasiados ejemplos de lo contrario. En ningún caso y bajo ninguna circunstancia el hombre puede ser un lobo para el hombre, sea en suelo extremeño o en lugar alguno de nuestro planeta.
No dudo, ni por un instante, de mis paisanos. Sabrán afrontar todos los desafíos y conquistar un ‘Nuevo Mundo’. Espero que, como yo, se den con asiduidad un paseo por las nubes y las piedras para meditar sobre la vida y el ser humano. En su caminar, reflexionando, podrán aprender del pasado, cambiar el presente y sembrar para un futuro mejor. Es mi ciudad y siempre lo será. Además, callejear por Cáceres, especialmente por la parte antigua, se ha convertido en un lujo barato. Cualquier ahorro nunca está de más en los tiempos que corren, si bien lo ideal es que se gaste allí algo de lo que sobra para su mayor disfrute y mantenimiento.