Camino despacio por el Paseo de Cánovas observando a las gentes, los árboles y los perros (cada vez hay más, por cierto). Sin apenas darme cuenta llego a la parte antigua y me sumerjo entre las piedras. Puedo escuchar, sucedió hace siglos, los cascos de los caballos al caminar entre las callejas, las espadas chocando airadas para resolver las cuitas entre caballeros y más adelante un “Romeo”, con el embeleso propio de la ocasión, procura enamorar a base de palabras dulces y atrevidas a esa preciosa dama que asoma por el pequeño balcón de aquella torre. Al deambular entre murallas y palacios los siglos pasan violentamente, tanto que me doy de bruces con el año 2013: huele a tristeza enorme y a robo indiscriminado y a democracia en tela de juicio, además hoy el tiempo vuela como el viento. Los caballos se han metido dentro de un motor y hacen que los coches vayan muy deprisa. Las cuitas se resuelven bastante más rápido con navaja y pistola que con espadas. Nadie jura amor eterno porque da la impresión de que no existe. No hay momento para tomar un café o una cerveza con ese amigo del alma, saboreando una charla más o menos trascendente, ya que resulta que solo nos comunicamos a través del ordenador y del móvil con los amigos, aunque la mayoría de las cosas que escribimos sean absurdas. No hay tiempo de sonrisas, cada vez las personas parecen más compungidas a pesar de la cantidad de chismes, posesiones y condiciones que están a nuestra disposición para ser más felices que nunca.
Los grandes retos de los cacereños para los próximos años no difieren de los que tienen el resto de los españoles, aunque hay matices: reconquistar los valores comunes a pensamientos y creencias como el respeto a la vida y al prójimo, el cariño y la educación; el apoyo a la iniciativa individual será imprescindible porque los aires que corren parecen llevar a convertir la nómina en una pieza de museo cual si fuera un hacha de piedra; promover los proyectos de las nuevas tecnologías, la industria on line, apoyando a las tradicionales evidentemente pues de industrias andamos más bien escasos; sobre todo, los cacereños no deberíamos olvidarnos de vivir, disfrutar de lo poco o mucho que tenemos sin la constante inquietud por lo que no tenemos, paladear los pequeños sucesos de cada día frente a la idílica y utópica felicidad perpetua que nunca llega; ayudar a los demás sin medida para cubrir sus necesidades más básicas y saciar de paz los espíritus que la reclaman a voces, planteándole una guerra cruenta y sin cuartel a la soledad pues no hay duda de que nos está invadiendo.
Y entre tanto las piedras de la parte antigua de Cáceres vuelan, viajan también palacios, iglesias y callejones; vuelan en la memoria de aquellos que no tienen más remedio que buscar un futuro mejor lejos de su tierra, fuera de España. Se lanzan a la conquista del mundo como lo hicieron en el siglo XV y XVI aquellos aventureros que viajaron a América. Hoy el éxodo de ese caudal de conocimientos y valías no debería permitirse porque es fundamental aquí, en Extremadura. Por desgracia se van sin fecha de regreso e incluso demasiados llegarán a un punto de no retorno. Será mejor pensar que la Historia se repite porque la otra opción supondría que aún permanecemos en el siglo XVI, que no hemos avanzado nada en cientos de años y eso es demasiado cruel. Quizás hay que buscar ese tiempo que nunca tenemos para detenernos en seco y poner en común nuestras ideas, preguntándonos qué demonios intentamos hacer con esta sociedad para lograr a toda costa delinear los caminos para la esperanza. Sea como fuere, las piedras deben quedarse donde están ad eternum. Fernando Ángel Lumbreras garcía.