Las flores crecían, brillaban, inspiraban pasión y alegría. Al mirarlas, los ojos de la gente se volvían llenos de vida e inconscientemente reían, con una sonrisa verdadera, directamente fabricada en el corazón y sin pasar por el cerebro antes de florecer. Esas que cuestan tanto a veces pero reviven a los muertos con su magia.
Todo debería haber continuado así, pero no lo supieron ver. Un día, sin razón lógica comenzaron a quitar las flores, las arrancaron con crueldad, como si ellas no sintiesen nada. Las pequeñas lloraban y gritaban, las grandes intentaban inútilmente aferrarse al suelo y los asesinos parecían inhumanos, no sentían compasión alguna.
Quedaron reducidas a cenizas inservibles. Ya no transmitían más que lástima, la gente ya no les sonreía. Fueron sustituidas por un césped artificial, que con burla y prepotencia lanzó un beso a los restos.