A falta de unos minutos para que cerrara, me presenté completamente empapado y jadeando en la floristería. En el mostrador estaba ella, como siempre, soñando con flores.
-…me quiere, no me quiere, me quiere…
-Decía mientras una lluvia de pétalos de margarita iban a parar al suelo, suelo repleto de pétalos de rosas. Carraspeé. Le pedí las rosas más bonitas que tuviera. Ella asintió con cara de tragedia. Para dármelas antes se tuvo que desprender de ellas.. Pobre chica, que tristeza, esa era la parte más dura de su trabajo, ver como se llevaban tu tesoro para entregárselo a otra mano y llenar de color su vida. Agachó la cabeza. Entonces agarré la rosas, me arrodillé delante de ella y le pregunté: “¿Quieres casarte conmigo?”
Se lo dije con flores. Surtió efecto.